Si tuviera que ir a trabajar a la Antártida, y todavía no tuviéramos ni computadoras ni internet, y me dijeran que sólo puedo llevar un libro de la literatura universal en mi maleta, escogería sin dudar “Tradiciones Peruanas”, del escritor peruano Ricardo Palma.
En el Perú, en los diez años de escuela (cinco de primaria y cinco de secundaria) se repasan cuatro o cinco de sus “tradiciones” en los cursos de Lenguaje, Castellano y Literatura. Esto no representa ni la punta del iceberg, porque el volumen del iceberg que se puede ver sobre la superficie del agua es el 11 % del volumen total. Como existen 453 tradiciones escritas por Ricardo Palma, cinco de ellas sólo representa el 1.1 %.
En la Lima virreynal del siglo XVII vivía una hermosísima joven llamada Claudia Orriamún, la soltera más codiciada del lugar. Los galanes que la conocían, trataban infructuosamente de llamar su atención, pero ella los escuchaba como quien oye llover. Hasta que apareció en escena un gallardo capitán de las tropas reales, Cristóbal Manrique de Lara. El flechazo fue instantáneo y Doña Claudia no tuvo más remedio que entregarse en cuerpo y alma a su joven Romeo, animada por una promesa de matrimonio, que con el pasar de los días, semanas y meses no tenía cuándo cumplirse.
Cansada de esperar, nuestra protagonista amenazó a su prometido con armar un escándalo que llegaría hasta los oídos del mismísimo Virrey, si no se casaban ya. Asustado el capitán, pidió consejo a su protector, el marqués de Mancera. Lo siguiente que hizo Don Cristóbal fue montar su caballo y no paró hasta la villa imperial de Potosí, en la actual Bolivia. Potosí fue un centro minero muy famoso por sus inmensas reservas de plata, extraídas casi en su totalidad por los españoles. Pero en aquellos tiempos, los ricos mineros, luego de trabajar durante el día, se entregaban a una vida disipada en la noche, en bares y garitos, despilfarrando su fortuna como si no hubiera mañana.
Precisamente, en uno de estos lugares se encontraba nuestro capitán, divirtiéndose y apostando a manos llenas, cuando en eso, apareció un joven desconocido que, sin decir palabra, se sentó al lado de él. Cuando éste hubo perdido hasta su última moneda, el joven recién llegado entregó a Don Cristóbal una bolsa repleta de monedas. Agradecido, nuestro capitán contó el dinero y se lanzó a recuperar lo perdido, pero definitivamente no era su día y perdió todo nuevamente. A continuación preguntó al joven cuál era su posada para ir a devolverle el dinero. Este le contestó que lo esperaría en la Plaza del Regocigo al amanecer, al cabo de dos días.
El que llegó primero a la plaza fue el joven desconocido. Don Cristóbal llegó momentos después, afirmando que él siempre cumplía con sus deudas. El desconocido le preguntó si es que también cumplía con su palabra. Esta pregunta no fue del agrado del capitán, quien amenazó con responder con su espada. El joven desconocido no se anduvo con rodeos y rápidamente sacó la suya golpeando al capitán; éste, furioso, espada en mano, se abalanzó contra el joven, iniciando así el combate. Cada embestida de Don Cristóbal era parada con destreza y serenidad por su adversario. El capitán era muy bueno con la espada, pero su rival era mejor. Por fin, el joven desconocido le hizo caer su espada a Don Cristóbal y le hundió la suya en el pecho, al mismo tiempo que gritaba: “Tu vida por mi honra, Claudia te mata”.
El título que Don Ricardo Palma le dio a esta tradición es “Una vida por una honra”. Si el amable lector desea leer el original, escrito por la incomparable pluma del gran Ricardo Palma, sólo tiene que buscar en este mismo blog “Claudia-2”.
REFERENCIA: “Tradiciones Peruanas”, de Ricardo Palma.