En los tiempos en que yo era todavía un bebé (tenía menos de tres años de edad), mi papá trabajaba en el interior de nuestro país, Perú. Nosotros vivíamos en el puerto del Callao, muy cerca a la capital Lima. Ocasionalmente mi mamá iba conmigo a visitar a mi papá, dejando a mis cuatro hermanos al cuidado de su hermana, mi tía Violeta.

El pueblo de Castrovirreyna, donde trabajó mi papá, Israel Cuba Gutiérrez

En los pueblos del interior del Perú (supongo que lo mismo debe ocurrir en muchos otros países), la gente se comporta de diferente manera; es más amable, casi todo el mundo se conoce y no hay el apuro y las preocupaciones que son frecuentes en una gran ciudad. Y es costumbre que los domingos se realice alguna festividad, donde participan la mayoría de los pobladores.

Fiesta en un pueblo del interior de Perú

Y precisamente, fue un domingo en que, mis padres y yo (en brazos de mi mamá), asistimos a una celebración (no me pregunten de qué, porque no lo recuerdo y hasta creo que nunca me llegué a enterar) en la que ya estaba presente la infaltable banda de músicos, haciendo bailar a los asistentes con sus alegres canciones. El ambiente era muy festivo, la cerveza corría sin parar y como era de esperarse, luego de unos pocos minutos la gente comenzó a pedir que mi mamá y mi papá (que era muy respetado en el pueblo) también bailaran. Ellos no se hicieron de rogar; mi mamá me puso en brazos de una señora (¿quién sería?) y comenzaron a bailar. Todo era alegría, la banda tocaba mejor que nunca, los asistentes bailaban, tomaban, reían y aplaudían y mis padres les correspondían, mientras yo estaba llorando a más no poder.

Banda de músicos

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