Este artículo está basado en un artículo de la revista Selecciones del Reader’s Digest, en su edición de Junio de 1957, escrito por un testigo presencial, Frederic Sondern Jr.
Puerto Príncipe, la capital de la República de Haití, situada en una isla que comparte con la República Dominicana, es una ciudad activa y bulliciosa. Pero un día de Diciembre de 1956 no se podía ver a ninguna persona en la calle; parecía una ciudad fantasma. Los negocios y las tiendas estaban cerrados, los muelles desiertos, las barcas de pesca amarradas. Sus habitantes se habían declarado en huelga contra Paul Eugene Magloire, el gobernante de Haití.
Puerto Príncipe, capital de Haití
Paul Eugene Magloire accedió al poder el 6 de Diciembre de 1950. Durante sus primeros años en el gobierno no lo hizo mal: el turismo se incrementó, el precio del café (su principal producto de exportación) subió en el mercado mundial, construyó caminos y escuelas. Pero en 1954 el huracán Hazel devastó la isla y la popularidad de Magloire se vino abajo.
El huracán Hazel, Octubre 15, 1954
La constitución de Haití establecía que el mandato presidencial duraba seis años y que el presidente no podía reelegirse. Cumplidos los seis años, osea el 6 de diciembre de 1956, Magloire debía entregar el mando. El Tribunal Supremo debía asumir entonces el gobierno hasta que se eligiera nuevo presidente en abril de 1957. Pero al igual que ha pasado y pasa en la actualidad en muchos países (lo que demuestra que esto no es nada nuevo), Magloire deseaba continuar en el poder para seguir enriqueciéndose y estaba dispuesto a usar la violencia para conseguirlo. Es así que preparó una farsa:
El miércoles 5 de Diciembre estallaron varias bombas en diversos lugares de la capital; siguiendo con el plan, el jefe de la policía amordazó a la prensa y la radio y difundió el rumor de que comerciantes descontentos con el gobierno, dirigidos por el rico hacendado y senador Louis Déjoie (el crítico más severo de Magloire y principal aspirante a sucederle) y apoyados por el embajador norteamericano, habían hecho colocar las bombas como primera etapa de un complot para hacerse con el poder e implantar una dictadura.
Paul Magloire
Al día siguiente, Magloire, ataviado con uno de sus resplandecientes uniformes, hacía solemne entrega del mando en el palacio. Pero, inmediatamente, el jefe de estado mayor del ejército se dirigió por radio a la nación declarando que la patria estaba en peligro, que se había descubierto un complot y que el Tribunal Supremo rehusaba hacerse cargo del gobierno. Por lo tanto, anunciaba que el ejército había suplicado al general Magloire que aceptara asumir las funciones de presidente provisional y comandante en jefe por tiempo indefinido (osea, para toda la vida).
Con lágrimas en los ojos Magloire respondió que tenía que aceptar esa carga contra su voluntad, pues era su deber hacia la patria. Esta artimaña causó estupor entre la población pero, a continuación, la primera medida de Magloire como presidente provisional fue suspender la constitución y declarar el estado de sitio. Paralelamente el jefe de la policía envió camiones con patrullas armadas con ametralladoras por toda la ciudad, para acallar el más mínimo intento de protesta. Poco después los camiones llegaban a la cárcel central, cargados de gente, incluyendo a maestros, escritores, hombres de negocios, abogados y también al senador Louis Déjoie.
Esa noche, en la enorme quinta de Magloire , tuvo lugar una jubilosa celebración, con invitados adeptos al gobierno adulando y deseando una larga vida al “presidente”, quien estaba radiante y se sentía muy seguro en el poder.
Celebración en Palacio
Pero había una falla en el plan. Luego de seis años en el gobierno, Magliore había perdido contacto con la gente del pueblo y olvidaba que este pueblo tenía un arma peculiar: el télédiol, una especie de “telégrafo oral”, muy eficaz, por medio del cual los detalles del golpe de estado perpetrado por Magliore, estaban en boca de casi todos los habitantes de Haití a las 24 horas de sucedido. Era un sistema único de recoger y transmitir noticias, tan eficiente que el sábado en la tarde, toda la población de Puerto Príncipe y casi toda la población del país sabía que el lunes habría huelga general.
El lunes 10 de diciembre los escolares faltaron a sus clases, los jueces no llegaron a los tribunales, el mercado de alimentos estaba vacío y casi todos los comercios e industrias estaban cerrados y los que estaban abiertos se disponían a plegarse al paro. Magloire estaba furioso pero el jefe de la policía le dijo que no se podía arrestar a tanta gente. Ante esto Magloire encabezó una caravana de automóviles dirigiéndose a la calle principal y se detuvo ante la tienda más importante de la ciudad, que ya se disponía a cerrar sus puertas. A punta de ametralladora obligó a los trabajadores a que cotinúen en sus labores. Lo mismo hizo con las demás tiendas.
Calles vacías por la huelga
Pero no bien se marchó la tropa, los negocios volvieron a cerrar. Fuera de sí, el martes por la tarde Magloire hizo llevar a Palacio a 32 de los principales comerciantes, y los amenazó a ellos y a sus familias si es que no abrían sus comercios al día siguiente. Además les hizo firmar un papel en que declaraban que la huelga fue organizada por firmas norteamericanas, actuando en conjunto con la oposición a su gobierno. Los 32 firmaron.
La radio oficial anunció triunfante que la huelga había terminado y que al día siguiente todo el mundo iría a trabajar. Pero la población pensaba otra cosa. El télédiol conocía ya los detalles de la escena desarrollada en Palacio. El miércoles Puerto Príncipe seguía paralizado y los 32 firmantes del documento habían desaparecido. El primer impulso de Magloire fue seguir usando la fuerza, pero el jefe de la policía le dijo que algunos oficiales jóvenes estaban dando muestras de insubordinación. Viendo que nada conseguiría con amenazas decidió cambiar de táctica.
El miércoles en la tarde Magloire se presentó ante los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados y ante los jueces del Tribunal Supremo y entregó el mando al presidente del Tribunal, Joseph Nemours, quien de inmediato ordenó la libertad de todos los presos políticos. La población salió a las calles a celebrar; había alegría por todas partes y la gente se abrazaba entre sí. Pero de pronto la celebración se detuvo. El télédiol comunicaba que Magloire seguía siendo comandante en jefe del ejército y por lo tanto dictador. Tenía que irse del país para asegurar la libertad de Haití.
El jueves las calles de la capital estaban igual a como estaban el lunes: vacías y silenciosas. En la tarde un grupo de oficiales fue a ver a Magloire para pedirle que se marchara del país. Este no tomó en serio la petición de los oficiales pero ellos le contestaron que retirarían la guardia de Palacio y “Su Excelencia” quedaría a merced de la muchedumbre, que no estaba precisamente contenta. Resignado, Magloire aceptó irse. Una hora después él, su familia y un gran número de baúles se encontraban en el aeropuerto listos para dejar Haití. El télédiol había triunfado.
El viernes por la mañana todo regresó a la normalidad y Puerto Príncipe volvió a ser la alegre y bulliciosa capital del Caribe. El artículo de la revista Selecciones termina con unas palabras que un haitiano le dijo al señor Sondern (quien estaba asombrado de que una revolución incruenta había logrado triunfar):
- Simplemente, no nos gustan los dictadores.
Desafortunadamente para Haití, el 22 de Octubre de 1957 asumía la presidencia del país, François Duvalier, quien se convertiría en uno de los dictadores más sanguinarios del Caribe.
De origen humilde, Duvalier consiguió estudiar medicina y, ya como doctor, tuvo un papel destacado en la lucha contra las epidemias de tifus y paludismo que azotaban a la isla, ganando popularidad; además fue uno de los principales opositores a Mangloire.
François Duvalier
Pero no pasó mucho tiempo hasta que comenzó a ejercer un gobierno brutal y represivo, encarcelando o asesinando a sus detractores. Pero, ¿cómo hizo Duvalier para derrotar al télédiol?
En primer lugar organizó un grupo paramilitar de voluntarios que apoyaban a su régimen, conocidos como los Tonton Macuotes. Según estimaciones, el número de estos voluntarios llegó a ser entre 25,000 y 50,000. Mezclados entre la población hacia difícil, sino imposible, que el télédiol prosperara. Era un grupo despiadado que solamente reportaba a Duvalier y se autofinaciaba con el producto de sus crímenes. Se calcula que, en sus casi 30 años de existencia (con Fraçois Duvalier, desde 1958 hasta su muerte en 1971, y con su hijo Jean-Claude, desde ese año hasta 1986) asesinaron a unos 60,000 haitianos, a algunos públicamente y a muchos de ellos con tortura previa.
Insignia de los Tonton Macuotes
En segundo lugar, Duvalier conocía a la perfección el vudú, la religión predominante entre los menos favorecidos de la población, quienes fueron, en su gran mayoría, los que lo llevaron al triunfo en las elecciones de 1957. Llegó a convertirse en un poderoso sacerdote y era considerado la reencarnación del Barón Samedi, uno de los espíritus del vudú haitiano.
Elementos rituales utilizados en la práctica del Vudú
De François Duvalier se decía: “Torturas, cárcel y ejecuciones”, es lo que receta el doctor.
REFERENCIAS: Revista Selecciones e internet.