“Silia, ven a almorzar ya. ¡Esta chica!”

Sumida en sus pensamientos, Silia se pasaba horas sentada cerca de la puerta de su casa, mirando los pollos, gallinas, cerdos y vacas. Pero lo que ella veía en su mente eran edificios, autopistas, tiendas de todo tipo, carros último modelo y calles abarrotadas de gente, siempre moviéndose, siempre caminando de prisa. Y es allí donde ella quería estar, en alguna gran ciudad, no importaba cuál, siempre que fuera una ciudad de Estados Unidos.

Vivienda rural, con animales de granja

Desde niña había escuchado, embelesada, los relatos de sus familiares, que regresaban del país del norte contando maravillas, hablando de muchas cosas de las que ellos carecían pero que allí, en el país de sus sueños, era de lo más normal tenerlas. Ahora, a los quince años, Silia sentía que pronto estaría en capacidad de realizar el viaje. Mientras tanto, se puso a estudiar y mejorar su inglés todos los días.

Calle de una ciudad de Estados Unidos (Nueva York)

Se incorporó y fue a almorzar con su abuelita. La buena señora estaba de acuerdo con los deseos de superación de su nieta, pero se entristecía cada vez que pensaba que no estaba lejos el día en que tendría que separarse de ella. Sin embargo, la decisión estaba tomada y no había nada que hacer.
Silia sabía que iba a necesitar dinero para realizar el viaje, así que, a los 17 años, se puso a trabajar. Ella es una de esas personas que no le temen al trabajo, que no le temen a ningún trabajo, pero esto no quiere decir que le fue fácil reunir el dinero. Por el contrario, trabajó muy duro para ganarlo. Gracias a sus conocimientos de inglés fue aceptada para trabajar como recepcionista en un hotel de la ciudad de Trujillo, Honduras. No contenta con eso, también consiguió un trabajo como cocinera en otro hotel. Es así que, Silia trabajaba de recepcionista desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde, hora en que salía corriendo para ir a cocinar al otro hotel, hasta las diez de la noche. Así estuvo un poco más de dos años, trabajando y ahorrando. A continuación, se preparó para emprender el viaje al país del norte.

Silia trabajando en el hotel, con su uniforme de recepcionista

Y llegó el gran día. Su abuelita no dejaba de llorar; al fin y al cabo, la había criado desde que era una bebita y la quería como si fuera su hija, además de que, con su carácter tranquilo y afable, Silia había sabido ganarse su corazón (carácter que conserva hasta el día de hoy).

Ubicación de Honduras en el mundo. Lugar de nacimiento de nuestra protagonista

Cruzar de su natal Honduras a Guatemala no fue ningún problema. Pero para ir de Guatemala a México, la cosa ya fue diferente; había controles en la frontera. Junto con otras personas, Silia abordó una “combi” (furgoneta rectangular) para ingresar a México. El chofer de la combi tenía algún tipo de acuerdo con algunos guardias fronterizos, pero cualquier cosa podía pasar. Y llegaron al puesto de control; los pasajeros estaban asustados. El guardia “inspeccionó” la combi, miró en su interior y muy serio le preguntó al chofer si es que llevaba “pollos” (inmigrantes indocumentados). El chofer le respondió que no y por fin el guardia lo dejó pasar. Hay que mencionar que, actualmente, ya no se puede entrar al país de los charros así.

                    Puesto fronterizo Guatemala-México

Estando en México, Silia fue víctima de un robo por parte de un taxista. Ella le pagó con un billete de 100 dólares y el taxista, haciendo un juego de manos, se lo cambió por un billete falso y comenzó a acusarla de haber querido estafarlo.

Silia a los 19 años

Por fin, luego de tomar un bus, Silia llegó a la frontera con Estados Unidos. Tenía que cruzar el Río Grande. Contrató a un lugareño para que la lleve al otro lado del río. Abordó una pequeñísima canoa, cuyos bordes estaban a unos pocos centímetros encima del agua. Aterrorizada, Silia cerró los ojos y se encomendó a Dios. Aparte del peligro de hundirse, lo que más le asustaba eran unas “culebras de agua” que saltaban alrededor de la canoa. Sobreponiéndose a su miedo logró llegar a la otra orilla. Todo esto ocurría mucho antes de los atentados del 9/11. Hoy en día, entrar a los Estados Unidos de esta manera es imposible.

                                     Cruzando el Río Grande

Preguntando aquí y allá pudo encontrar a un chofer norteamericano (un gringo) que se dirigía a San Antonio. Accedió a llevarla, pero más adelante tenían que pasar por una garita de control (así era en aquellos días). Para poder pasar el control, el chofer aceptó que Silia se instalara en el camarote del camión, que es donde el chofer duerme cuando hace paradas en la noche. Al llegar a la garita, Silia, muy atenta, escuchó la conversación del chofer con el guardia fronterizo. Luego de unos minutos pudo respirar más tranquila; el camión comenzó a moverse.

El chofer resultó ser una persona muy amable, incluso le ofreció trabajo como babysitter de su hijito que recién había nacido, pero ella tuvo que rechazar su ofrecimiento pues lo que quería era llegar a Houston, donde tenía una hermana.

                        La hermosa ciudad de San Antonio

Después que el chofer la dejó en un pueblo, Silia tomó un bus con destino a Houston. Llegó a la casa de su hermana, pero no estuvo mucho tiempo allí. Al cabo de una semana, llegó un amigo suyo, un norteamericano que había conocido cuando trabajaba de recepcionista en Honduras, quién la llevó a Miami. Inmediatamente comenzó a buscar trabajo por medio de una agencia de empleos. Consiguió empleo cuidando a una señora mayor que, desafortunadamente, tenía principios de demencia senil, por lo que el trato que le daba a Silia era, por decir lo menos, no muy agradable. Basta con decir que no la dejaba comer, dormir ni bañarse tranquila. Por esta razón sólo estuvo con esta señora dos meses.

A continuación, la agencia de empleos la puso en contacto con una familia que necesitaba una cocinera. Esta familia tenía casas en Miami, Nueva York y Warren (un pueblo del estado de Vermont).

                  Calle de Miami, con las omnipresentes palmeras

Entonces Silia comenzó a trabajar seis meses en Miami y seis meses en Warren; también había veces en que iba a Nueva York. Esta gente era muy diferente de su empleadora anterior y la trataba muy bien.

       El pueblo de Warren, en el estado de Vermont

Warren es un pueblo pequeño, de solamente 1700 habitantes (aproximadamente). En el invierno se cubre de nieve y la foto de casi cualquiera de sus casas podría servir para una postal de Navidad. Incluso se pueden ver venados por sus calles. Esto se debe a que muchas casas tienen en su jardín manzanos (árboles frutales), y los venados se acercan para comerse las manzanas. En una oportunidad, cuando Silia salió temprano a comprar el periódico con el carro de la familia, casi atropella a un venado, alcanzó a rozarlo; el venado la miró y se alejó. Silia pasó varias navidades en Warren.

                              Warren en Navidad

Luego de algunos años a su servicio, su patrona le permitió usar una de sus camionetas, una Lincoln Navigator durante sus días de descanso. Y entonces vemos a Silia, muy orgullosa, manejando su Lincoln Navigator por las calles de Vermont, haciendo sus compras y  recorriendo muchas millas pues tenía la costumbre de manejar desde Vermont hasta Boston, e incluso había veces en que manejaba hasta Nueva York para ir de tiendas. Esto lo pudo hacer cuando su jefa le comenzó a dar dos días de descanso, desde el viernes en la noche hasta el domingo en la noche.

            Una camioneta Lincoln Navigator, como la que manejó Silia

Y como si esto no fuera suficiente, poco después sus patrones le regalaron un automóvil Nissan Sentra, cero millas. Por otro lado, ellos tenían un automóvil Mercedes convertible en Miami. Como la señora deseaba disfrutar de su auto también en Warren, un día se le ocurrió preguntarle a Silia si ella podía llevarlo manejando a Warren, y Silia contestó que sí. De esta forma, en más de una ocasión, Silia llevó el Mercedes desde Miami hasta Warren y viceversa, trayecto que le tomaba casi tres días (dormía una noche en Atlanta). Afortunadamente, Silia tiene muy buena orientación, pues nunca se extravió o equivocó el camino y téngase en cuenta que en esos tiempos no había GPS ni celulares.

                  Mercedes convertible, como el que manejó Silia

Pero no se crea que Silia no tuvo contratiempos.

En una ocasión, queriendo viajar de Vermont a Miami, perdió su avión en el aeropuerto de Burlington (ciudad cercana a Warren), por lo que tuvo que quedarse en el aeropuerto, en espera de otro vuelo con el mismo destino.  Luego de un rato se dio cuenta que un hombre la miraba fijamente; la miraba y no dejaba de mirarla. Por fin el hombre se le acercó y le pidió que la acompañara a las oficinas del aeropuerto. Resultó que ese hombre trabajaba en la Unidad de Migraciones. Afortunadamente, Silia ya había logrado regularizar su situación y era residente, pero había puesto su green card en su equipaje, que ya estaba siendo transportado al avión, por lo que no le creían. Dijo que era hondureña y le hicieron varias preguntas sobre Honduras. Finalmente pudo mostrar su tarjeta del seguro social y la dejaron ir. Le dijeron que ellos habían creído que era una mujer del Medio Oriente.

En lo que respecta a sus continuos viajes por las carreteras, Silia recibió muchas multas por exceso de velocidad, por lo que se convirtió en una asidua concurrente de las cortes de Vermont y de Miami.

                                                Corte de Miami

En otra ocasión, en un día sábado, estando con su amiga Zenaida (hondureña como ella), decidieron ir al río Mad, que pasa por Warren. Al llegar, observaron que toda la gente allí estaba desnuda, familias enteras:  mujeres, hombres, niñas y niños, que habían ido a pasar el fin de semana. Y alguien les dijo: “Si ustedes quieren entrar al agua, tienen que quitarse toda la ropa, como nosotros”. Ellas dijeron: “Esto no es para mí”, y media vuelta, se regresaron por donde vinieron.

Nudistas en la Playa

Luego de aproximadamente once años de estar con ellos, sus patrones decidieron jubilarse y dejaron su empresa (confección de ropa para militares) en manos del único hijo que tenían. Pero, definitivamente, este chico era muy diferente de sus padres y al poco tiempo, luego de una pésima administración, tuvo que declarar a la compañía en bancarrota. Con mucha pena tuvieron que decirle a Silia que no iban a poder seguir pagándole.

No le quedó más remedio que despedirse de sus patrones y emprender el viaje de regreso a Miami, en su Nissan Sentra. Pero, tal como ya había hecho algunas veces anteriormente, pasó por Boston y Nueva York y realizó muchas compras, llenando completamente el carro de artículos y regalos (sólo Silia podía entrar en el auto), que luego envió a sus familiares en Honduras.

                              De compras en Nueva York

Se acabaron los viajes y ya en Miami, Silia se puso a buscar otro trabajo. Tanto le gustó manejar la camioneta Lincoln Navigator que le prestaban en Warren, que vendió su Nissan Sentra y se compró otra Lincoln Navigator, nuevecita, cero millas.

Por fin consiguió trabajo, y esta vez también tuvo buena suerte, pues se puso a trabajar para una señora que la trató muy bien. Al poco tiempo, Silia, muy contenta, logró convertirse en ciudadana de los Estados Unidos.

A continuación, trabajó para una hija de esta señora y luego para otro hijo de la misma señora, en su casa y en su almacén. Trabajo en el que se desempeña actualmente.

REFERENCIAS: Entrevistas con la señora Silia e Internet.

17 thoughts on “PERIPECIAS DE UNA INMIGRANTE”
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